#RESEÑA – Las olas del mundo de Alejandra Laurencich, por Silvia Renée Arias

Lo que la dictadura se llevó

 

Por Silvia Renée Arias

Si como decía Boswell, autor de la primera gran biografía moderna, la emblemática La vida de Samuel Johnson, “nadie puede escribir la vida de un hombre sino aquellos que han comido y bebido y vivido en un intercambio social con él”, Las olas del mundo, el nuevo libro de Alejandra Laurencich (Buenos Aires, 1963), no habría sido posible si ella misma no hubiese vivido en carne propia parte de lo que cuenta en esta conmovedora novela.

En la primera parte, Andrea Debari cumple 13 años el 24 de marzo de 1976. Toda una declaración de principios, como al final lo será el mensaje que una Andrea ya adulta le envía a su socio Morgado. Narrado en primera persona -con ese estilo tan suyo de describir una atmósfera cotidiana con breves (y también a veces muy detalladas, pero siempre en su punto justo), inteligentes observaciones-, Laurencich recrea un mundo que nos es tan familiar que no podemos menos que sentir una empatía que nos atrapa al punto de no querer renunciar a la lectura, porque sería como irnos de casa. Y es que casi todo, en esta primera parte, sucede en el seno paterno y en la escuela: las primeras señales de una etapa nefasta, vecinos que ya no se sabe dónde están, la imposición del silencio, la tabla de salvación a la que se aferra la adolescente (una “nena” aun a sus catorce años) y que tiene el nombre de Luis Alberto Spinetta, del rock, de una historia que inventa y se inventa para soportar la presencia de un monstruo, el de la dictadura militar. Y un secreto, un acto de amor que Andrea lleva a cabo con las mejores intenciones, pero que puede acarrear la peor de las pesadillas. Para ella y para sus seres queridos. O no. Para saberlo hará falta que la niña crezca, que “desaparezca” también ella como de alguna manera, pero sin dudas de su vida diaria, lo ha hecho su hermano, yéndose del país. Como sus padres muertos. Como la misma narradora, que “desaparece” de la primera persona para dar lugar a la tercera, en la segunda y última parte. Una distancia que habla también del quiebre entre una narración que en principio aborda temas autobiográficos, para más tarde dar rienda suelta a la plena ficción.

De muchas desapariciones habla este libro, de las que nadie ha tomado nombres, ni cifras. Los desaparecidos en vida, la suma de todas las ausencias que produjo esa época, los sueños que se frustraron y que un día se dan cita de golpe, para ponernos frente a frente con la calamidad de ser conscientes de que todo pudo haber sido de otro modo, de haber nacido en otro tiempo, en otro lugar. La desesperanza, también, de no haber podido hacer nada. Porque Andrea Debari no solo es un fantasma de lo que pudo ser, sino alguien que fue apenas un testigo, y su vida se le revela, como ella misma advierte en algún momento, como un chiste. Aunque lo duda.

Hay libros que se agradecen, otros que se regalan; hay libros que se olvidan, otros que permanecen por mucho tiempo, incluso para siempre, en nuestro recuerdo. Personajes que se hacen carne en nosotros, porque pertenecemos a la generación del autor o la autora, o porque nos conmueven o por las dos cosas. En este caso, suscribo a las dos posibilidades, amén del placer de leer algo muy bien escrito (no por nada Laurencich, que desde hace más de veinte años coordina talleres literarios, es autora, además de otra novela y tres volúmenes de cuentos, del ensayo El taller: Nociones sobre el oficio de escribir).

Al llegar a la última página, surgen las imágenes imposibles de muchas otras mujeres de nuestra edad que se murieron sin saber qué les había pasado, el porqué de esa terrible represión en sus vidas. La literatura sirve también para eso, para liberar. Laurencich sufre, padece, escribe, crea, recrea aquellos años y sus consecuencias. Cuántas Andreas nunca supieron qué les pasó, o no quisieron saberlo, o no se atrevieron a imaginarlo, a reconocerlo incluso. Cuántas Andreas nunca conocieron el amor, o cargaron con culpas que en definitiva no eran más que todas las culpas del mundo, como todas las olas del mar. Porque sí, cómo no, hay una doble culpa en Andrea que le carcome los cimientos del carácter. No es casual el epígrafe que abre el libro, y que pertenece a Goethe: “Un talento se construye en soledad; un carácter, frente a las olas del mundo”. Le queda al lector que todavía no leyó esta espléndida novela, descubrir si Andrea Debari está a tiempo de remontar esas olas.

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Las olas del mundo, Alejandra Laurencich. Alfaguara, marzo de 2015.

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