Por Rubén H. Ríos*
Si para Delezue, según dice en Proust y los signos, el problema proustiano consiste en cómo conservar el pasado tal como se conserva en sí, tal como sobrevive en sí, el problema de Enrique D. Zattara (1954) en Sinfonía de la patria (editorial equidistancias), esta novela aluvional —la tercera publicada— reside en cómo extraer un sentido al tiempo pretérito que tan solo permanece en la memoria y que, sin embargo, determina el presente y el porvenir de una vida. En todo caso, este es el dilema del héroe (o antihéroe, en rigor) de la obra, Alberto Bonetti, un escritor y periodista argentino que emigra a Europa a principios de los 90, con respecto a su propia errática biografía. Pero también —y lo uno y lo otro tienden a confundirse— con relación a la historia de su propio país que se encarna en él y en la co-protagonista, Inés, una guerrillera refugiada en Suecia. El encuentro final de ambos en un paradisíaco balneario de la Costa del Sol es el círculo mágico donde memoria y sentido pugnan por converger, al menos por una vez.
Por otra parte, la reconstrucción del pasado que organiza la novela, tanto la de Bonetti como el de Inés (compañeros de escuela secundaria), en esa búsqueda de sentido del tiempo rememorado, da lugar a un magistral experimento narrativo. No sólo Zattara recurre a diversas técnicas narrativas y juegos vertiginosos con la memoria y la identidad del yo, en los cuales el tiempo se desdobla y ramifica, sino de modo no menos vertiginoso explora a la vez distintos géneros novelísticos. De aquí que sobre una poética de impronta realista (o mejor: paródica del realismo), al cabo implotada bajo la luz crepuscular del Mediterráneo, la novela se metamorfosea en una novela de viajes, en picaresca urbana, en un bildungsroman fallido, en ficción política, en un relato sociológico sobre inmigrantes, en novela autobiográfica, en una larga reflexión sobre la literatura y el arte de narrar. En última instancia, en una fábula metafísica sobre la memoria y el tiempo.
Todo lo cual conlleva que Sinfonía de la patria —título de cierta ironía tragicómica— invite a ese “lector salteado” que invocaba Macedonio Fernández, en el sentido que la estructura concebida por Zattara no necesariamente supone el “lector seguido”. Menos todavía al “lector de desenlaces”, de acuerdo con el canon Macedoniano de lectores. Si bien es posible leerla respetando la presentación en tres secciones, la última de las cuales conforma un collage (citas literarias, escenas inconexas y documentos históricos), la novela soporta una lectura liberada de ese orden. Dicho en otras palabras, puede leerse empezando por cualquier parte.
Con todo, no hay que dejarse engañar por estas formas experimentales. El autor es quizá (o sin “quizá”) el único novelista de su generación que ha logrado plasmar, en una gran obra, los dédalos de la memoria política y social y del destino individual, aunque el sentido de ello se dirima entre gin-tonics en cierta cristalina playa de la Costa del Sol.
¿Dónde se consigue el libro?
En la página de la editorial: equidistancias
Por Rubén H. Ríos* escritor, filósofo y crítico literario.
Portada: Cortesía Enrique D. Zattara